Hola. Me presento. Soy el votante promedio.
Soy aquél que piensa en partidos y habla de política cada vez que hay elecciones. Es la moda. Hay que opinar, hay que hablar.
Soy el que ve las elecciones como las semifinales del torneo de fútbol. Me gusta tocar la bocina del carro y agitar banderas, molestando a los contrarios y vacilando con los partidarios.
Soy el que no distingue ideologías. Qué más da la derecha o la izquierda. Ni sé la diferencia entre Franco y el Ché. Yo prefiero el carisma.
Soy el que le da pereza leer los programas de Gobierno. Al final, todos roban. Por lo menos eso es lo que dicen todos.
Soy aquél que se emociona con un discurso emotivo, con palabras bonitas, anuncios graciosos y promesas brillantes.
Soy el que no adopta posiciones, y si las hago mías, es por tradición familiar. Tradición de un familiar que es amigo de un candidato a regidor. Hay que apoyar a la familia, eso es ser buen ciudadano.
Soy aquél que el amigo de un conocido llevó a una sede de partido y le dieron una camiseta, una bandera y dos calcomanías. ¡Amé ese día!
Soy el revolucionario de las redes sociales, que me explayo en discursos en mi Facebook, pero que no me pidan salir al campo. Mucha lluvia y mucho frío. ¡Mi lucha es en la red!
Soy el que se queja de todo, critica todo y a todos, pero sigo y seguiré votando por los que traen la misma fórmula de hace 30 años… y que alimentan los desastres que critico.
Soy poco exigente. ¿Para qué desgastarse exigiendo que un buen ciudadano sea el próximo alcalde, diputado, ministro o Presidente?
Soy el que bailo con el candidato en su plaza pública, alegre y llena de música. ‘¡Qué lindo cuando se acercan al pueblo!’, pienso.
Soy aquél que tiene una memoria pésima. No recuerdo –o no quiero hacerlo– las fechorías y actos cuestionables que han salido en la prensa sobre las mismas caras de siempre.
Soy el que vota a ganar. Es que es bien emocionante eso de salir en carro con la bandera del que sale en la foto de la valla publicitaria.
Soy aquél que fue comprado por una promesa. Por una escuela, un puente o un bono de vivienda que nunca llegó.
Soy aquél que no conoce la convicción. Más bien me inclino hacia el lado que me dé pelota y que tenga caras conocidas. ¡Imagínense yo subiendo una foto a mi Facebook con aquélla doctora! ¡Cuántos Likes llegarían! ¡Cuánto éxito!
Soy tan feliz y tan infeliz a la vez.
Soy el votante promedio y estoy ahí cerca de usted.
Me encontrará en la cafetería haciendo los mismos comentarios. En el taxi, quejándome de las calles. Frente al televisor condenando la corrupción, y en la fila del súper hablando de lo caro que está el país.
Ahí estaré, viviendo y hablando en esta exquisita tribuna que es la política electoral.
FOTO/Flick Irngmar Zahorsky con fines ilustrativos