La escandalosa rentabilidad de la FIFA es la mejor bandera del suizo para retener su reinado.
Juan Manuel Fernández. @juanma_cr
Pinochet era el presidente de Chile. Bill Gates pensaba en fundar Microsoft. Angelina Jolie apenas nacía y Franz Beckenbauer era el capitán del campeón del mundo. En ese mismo 1975, Joseph “Sepp” Blatter ingresaba a la FIFA.
Hoy, 40 años después, lucha por su quinto periodo presidencial, puesto que ejerce de forma ininterrumpida desde 1998, y que espera retener el próximo 29 de mayo. Dos argumentos antagónicos e igualmente gigantescos se debaten entre si su reinado debería derrumbarse o consolidarse.
A su favor: Blatter ha industrializado sin precedentes a la FIFA, convirtiéndola en una poderosa multinacional, altamente rentable, gracias a la comercialización de sus derechos de marca. La forma de gestionar su diplomacia deportiva aumentó la influencia de la organización, logrando el primer Mundial en África.
En contra: nunca la FIFA atravesó un periodo electoral tan cuestionado por corrupción, sobre todo, la relacionada con los mundiales de Rusia y Catar. El discurso de cambio de sus oponentes centra su promesa en “limpiar” al cónclave del futbol.
Pero sin importar cuál argumento pese más, la inminente reelección de Blatter la respalda un aspecto político. De los 209 votos que definen la decisión, el suizo tiene en la bolsa a la mayoría de ellos: las federaciones pequeñas, incluidas las centroamericanas.
Los únicos que han expresado su hostilidad son las 54 federaciones europeas, insuficientes para destronarlo. Sus oponentes son el príncipe jordano Ali bin Al Hussein; el ex astro del Real Madrid y Barcelona, Luis Figo, y el holandés Michael van Praag.
El poder e influencia que ha capitalizado Blatter estos 17 años de gestión es una gran ventaja.
FOTO: The Sport Review, Flickr
Columna Dardos y Goles, publicada en El Quetzalteco, Guatemala