Encontró su vocación llevando a la gran pantalla el dolor de la separación forzada, la tortura y el olvido de muchos centroamericanos. La documentalista salvadoreña Marcela Zamora vive su mejor momento, luego de que su más reciente obra ‘Los Ofendidos’ ingresara al festival referente de ese género cinematográfico.
Juan Manuel Fernández C.
Fue torturado por equivocación y le arruinaron la mano con la que trabajaba. El relato del Doctor Romagosa durante el periodo más cruento del conflicto en El Salvador, quebró a la documentalista de la misma nacionalidad, Marcela Zamora.
Y no era lo usual. Quienes han estado en su equipo, saben que es puntual y exigente cuando la cámara empieza a rodar. A pesar de ello, es dulce y sensible afuera de las grabaciones.
Pero la humanidad de esa historia traspasó la superficie de sus emociones. El documental “Los Ofendidos” (2016) estaba casi listo… hasta que el llanto la venció mientras escuchaba al doctor decir que perdonó a su torturador cuando lo conoció años después. Eso obligó a reeditar y darle un nuevo epílogo a la producción, tan espontáneo como sensorial.
Es más, al momento de contarlo en la entrevista con FORBES, volvió a conmoverse solo por recordarlo. Pero debe seguir. Es el trabajo que escogió y el que mejor sabe hacer: llevar a la gran pantalla historias de derechos humanos, de memoria histórica y de género.
Y su país natal y el área circundante, son una fuente cuantiosa de este tipo de material.
Portavoz de víctimas
Hablar del lugar de origen, suele ser un ejercicio de mercadeo. Pero no en el caso de Marcela. Para ella San Salvador es una especie de ‘Ciudad Gótica’.
“Es una ciudad oscura con demasiadas esquinas que nadie alumbra… y en esas esquinas pasan cosas malas”. Los rincones de donde habla, van desde la Asamblea Legislativa hasta las zonas tomadas por las pandillas.
Un año antes de realizar “Los Ofendidos”, Marcela agregó a su obra el documental “El Cuarto de los Huesos”. “Es el más oscuro que he realizado, trata sobre madres que buscan a sus hijos desaparecidos por la violencia de las pandillas y de la guerra en El Salvador” narra la egresada de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), Cuba.
La historia pone en escena a médicos forenses que luchan por encontrar a los desaparecidos, entregar los huesos a las madres de las víctimas, y dar un final a sus historias.
“Fue un documental abrumador. Me sobrepasó, lo más duro que he hecho en mi vida” añade. Pero su mayor motivación es que, luego de ver sus documentales, “la gente sale con una actitud distinta, de vergüenza, de ‘tengo que hacer algo’”.
Su primer mediometraje “Xochiquetzal: La casa de las flores bellas” (2007), por ejemplo, producido por la EICTV de Cuba, y rodado en México, trata sobre una casa que albergaba prostitutas de la tercera edad. Desde allí, se marcaba el foco que tendrían sus audiovisuales.
Hoy cuenta con seis largometrajes a cuestas y más de 20 cortos, cuyo contenido, narra historias de víctimas de los más crudos fenómenos sociales que viven los países del norte de Centroamérica, principalmente.
Uno de los más laureados a nivel mundial fue “María en Tierra de Nadie” (2011), la historia de los peligros que sufre una mujer migrante solitaria, intentando atravesar desde Honduras hasta Estados Unidos (EE.UU.) para que su familia no muera de hambre.
A las producciones en mención se unen “El Espejo Roto” (2013), “Las Aradas: Masacre en seis actos” (2014)” y “Comandos” (2016). Este último mantiene la línea de retratar víctimas, pero utilizando a los héroes como vehículo, un grupo de socorristas en la capital salvadoreña que arriesga su vida a diario para salvar a otros.
Y es que sus documentales han sido realizados con fondos internacionales como Just Film de Nueva York, Fundación FORD, Open Society, ICCO Italia, CAP España, IDFA Holanda, Ministerio de Economía de El Salvador, FOPROCINE México, Women Make Movies New York, ONUMUJERES, Organización Internacional del Trabajo, entre otros.
Una región ‘olvidada’
Ahora, ¿por qué sus producciones han sido premiadas en tres continentes, y han alcanzado resonancia más allá de donde se originan?
“Creo que es por la calidad de las películas, por la profundidad de los temas y porque esta es una región olvidada (Centroamérica), literalmente, no cuenta. Y también la forma en la que cuento las historias” reflexiona Zamora. Su intención es dar una pincelada de esperanza en medio de la esquina oscura que retrata.
De una forma crítica, acusa que los grandes problemas en los países del istmo se manejan en las cúpulas, y en los tanques de pensamiento, “y muy pocas veces, esa cúpula baja donde la gente que está sufriendo la problemática social. Yo intento crear un puente adonde esta burbuja no llega, esa burbuja donde viven las víctimas” atestigua.
Por eso, en su carrera se ha dedicado a entrevistar a las víctimas más que a los expertos e intelectuales. “En ellas se encuentra la solución”, asegura.
Pero su estilo está muy lejos del sensacionalismo. La filosofía de Zamora es emular a la hormiga en la búsqueda de historias, y no al buitre. De hecho, una de sus reglas es excluir la sangre de la edición final. “La palabra tiene fuerza, y no es necesario cubrirla de sangre”, confiesa.
La particularidad de sus temáticas también plantea un desafío audiovisual. Desde desastres naturales, hasta la muerte de un personaje, han amenazado la continuidad de algunas de sus producciones.
Cuando filmó “El Cuarto de los Huesos”, “acababa de ser madre, y no me podía imaginar que me desaparecieran a mi hija, eso me hubiera convertido en el ser más oscuro y violento del planeta” describe con tono enfático.
Su obra creativa también consume largos periodos de investigación. Ella es del criterio de sentarse en el cuarto de edición con la mayor parte del guion armado.
La influencia de otros cineastas como Patricio Guzmán, Pino Solanas, Eduardo Coutinho, Emir Kusturica, Chantal Akerman o Agnès Varda, respira en todos sus metrajes.
“Soy un híbrido de ellos. Siento gran admiración por la forma de contar historias de Coutinho, por la paz que transmite Akerman, o por lo jocoso y lo creativo de Varda… esos seis directores son los pilares a los cuales recurro”.
Y mientras avanza en su carrera, le consultan a diario que cuándo contará una historia positiva y alegre.
Ella tiene muy clara la respuesta: “cuando el 80% de la gente del planeta –o de El Salvador– viva bien y esté conforme, comenzaré a contar esas historias… pero mientras ese 80% viva en miseria, bajo el miedo, enterrando a sus hijos, viendo morir a sus padres, yéndose a EE.UU. porque no tienen comida, sometiéndose a trabajos esclavistas, y a salarios inhumanos, yo, seguiré haciendo documentales sobre las esquinas oscuras”.
Reportaje completo publicado en Forbes de Centroamérica